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viernes, 8 de junio de 2007

La conquista de la felicidad I

"Las conversaciones y los libros de algunos de mis colegas casi me han hecho llegar a la conclusión de que la felicidad en el mundo moderno es ya imposible. Sin embargo, he comprobado que esa opinión tiende a desintegrarse ante la introspección, los viajes al extranjero y las conversaciones con mi jardinero."

Bertrand Russell; La conquista de la felicidad, cap. 10.

jueves, 24 de mayo de 2007

La Biblia y sus interpretaciones

Hace un rato me ha recordado Coralí ese otro libro de Russell del que he leído algún trozo...: Por qué no soy cristiano. Y he pensado que no me iba a privar de copiar alguno de los fragmentos que recordaba. Tómenselo los creyentes con humor.

Luego, Cristo dice: «Enviará el Hijo del hombre a sus ángeles, y quitarán de su reino a todos los escandalosos y a cuantos obran la maldad; y los arrojarán en el horno del fuego: allí será el llanto y el crujir de dientes.» Y continúa extendiéndose con los gemidos y el rechinar de dientes. Esto se repite en un versículo tras otro, y el lector se da cuenta de que hay un cierto placer en la contemplación de los gemidos y el rechinar de dientes', pues de lo contrario no se repetiría con tanta frecuencia. [...]

Hay otras cosas de menor importancia. Está el ejemplo de los puercos de Gadar, donde ciertamente no fue muy compasivo para los puercos el meter diablos en sus cuerpos y precipitarlos colina abajo hasta el mar. Hay que recordar que SI era omnipotente, y simplemente pudo hacer que los demonios se fueran; pero eligió meterlos en los cuerpos de los
cerdos. Luego está la curiosa historia de la higuera, que siempre me ha intrigado. Recuerdan lo que ocurrió con la higuera. «Tuvo hambre. Y como viese a lo lejos una higuera con hojas, encaminose allá por ver si encontraba en ella alguna cos-a: y llegando, nada encontró sino follaje; porque no era aún tiempo de higos; y hablando a la higuera le dijo: "Nunca jamás coma ya nadie fruto de ti"... y Pedro... le dijo: "Maestro, mira cómo la higuera que maldijiste se ha secado."» Esta es una historia muy curiosa, porque aquella no era la época de los higos, y en realidad, no se puede culpar al árbol. Yo no puedo pensar que, ni en virtud ni en sabiduría, Cristo esté tan alto como otros personajes históricos. En estas cosas, pongo por encima de Él a Buda y a Sócrates.

Y al pensar en este escrito inevitablemente me he acordado también de la interpretación de la Biblia que hace La Página Definitiva, algunos de cuyos capítulos me han hecho llorar de risa. Aquí va algún trozo también.

En este punto de la historia las dudas nos invaden. Porque si Set, efectivamente, sustituía en alguna medida a Caín no podía ser hermafrodita (Caín demostró con creces que a macho pocos le ganaban). Así que, de nuevo, sólo dos opciones se nos antojan plausibles. O bien la caja toráfica de Set sufrió una alevosa agresión o bien Eva decidió repetir los dulces momentos pasados con su primogénito. Y, desgraciadamente (y decimos desgraciadamente por cómo deja esto a nuestra común ancestro) parece que todo apunta a la segunda de las opciones. ¿Por qué si no la Biblia iba a pasar tan de puntillas sobre el particular? ¿Cuál es el motivo de que en vez de dar nombre a la mujer de Set se omita cualquier dato sobre la existencia de una pareja del pobre chico? ¿Acaso no es el Libro tan aficionado a proporcionar larguísimas listas de nombres? ¿Qué está pasando aquí? Las respuestas son sencillas. Era preciso ocultar la ignominia y ése y no otro es el motivo del salto que sufre la narración.


Llegados a este punto, al parecer, la Humanidad, “comenzó a invocar el nombre de Dios”. Y, la verdad, con razón. Porque debe tenerse en cuenta que las dos ramas principales del entonces incipiente género humano eran los hijos de Caín (engendrados por la madre de éste al principio y luego suponemos que también por las propias hijas mayores) y los hijos de Set (“setitas”), que aparecen por un procedimiento similar. Si los Borbones que de vez en cuando juntan a algún primo con otro han acabado por llegar a ser lo que son, no es complejo suponer lo que debió ser la descendencia de esa gente. Si conservaron un mínimo de capacidad intelectiva es lógico que la emplearan en dar gracias al Señor o a quien fuera ante tal dádiva inmerecida.

miércoles, 16 de mayo de 2007

Elogio de la ociosidad

Supongamos que, en un momento determinado, cierto número de personas trabajan en la manufactura de alfileres. Trabajando -digamos- ocho horas por día, hacen tantos alfileres como el mundo necesita. Alguien inventa un ingenio con el cual el mismo número de personas puede hacer dos veces el número de alfileres que hacía antes. Pero el mundo no necesita duplicar ese número de alfileres: los alfileres son ya tan baratos, que difícilmente pudiera venderse alguno más a un precio inferior. En un mundo sensato, todos los implicados en la fabricación de alfileres pasarían a trabajar cuatro horas en lugar de ocho, y todo lo demás continuaría como antes. Pero en el mundo real esto se juzgaría desmoralizador. Los hombres aún trabajan ocho horas; hay demasiados alfileres; algunos patronos quiebran, y la mitad de los hombres anteriormente empleados en la fabricación de alfileres son despedidos y quedan sin trabajo. Al final, hay tanto tiempo libre como en el otro plan, pero la mitad de los hombres están absolutamente ociosos, mientras la otra mitad sigue trabajando demasiado. De este modo, queda asegurado que el inevitable tiempo libre produzca miseria por todas partes, en lugar de ser una fuente de felicidad universal. ¿Puede imaginarse algo más insensato?

[...]

En un mundo donde nadie sea obligado a trabajar más de cuatro horas al día, toda persona con curiosidad científica podrá satisfacerla, y todo pintor podrá pintar sin morirse de hambre, no importa lo maravillosos que puedan ser sus cuadros. Los escritores jóvenes no se verán forzados a llamar la atención por medio de sensacionales chapucerías, hechas con miras a obtener la independencia económica que se necesita para las obras monumentales, y para las cuales, cuando por fin llega la oportunidad, habrán perdido el gusto y la capacidad. [...] Los médicos tendrán tiempo de aprender acerca de los progresos de la medicina; los maestros no lucharán desesperadamente para enseñar por métodos rutinarios cosas que aprendieron en su juventud, y cuya falsedad puede haber sido demostrada en el intervalo.

Sobre todo, habrá felicidad y alegría de vivir, en lugar de nervios gastados, cansancio y dispepsia. El trabajo exigido bastará para hacer del ocio algo delicioso, pero no para producir agotamiento. Puesto que los hombres no estarán cansados en su tiempo libre, no querrán solamente distracciones pasivas e insípidas. [...] Los hombres y las mujeres corrientes, al tener la oportunidad de una vida feliz, llegarán a ser más bondadosos y menos inoportunos, y menos inclinados a mirar a los demás con suspicacia. La afición a la guerra desaparecerá, en parte por la razón que antecede y en parte porque supone un largo y duro trabajo para todos. El buen carácter es, de todas las cualidades morales, la que más necesita el mundo, y el buen carácter es la consecuencia de la tranquilidad y la seguridad, no de una vida de ardua lucha. Los métodos de producción modernos nos han dado la posibilidad de la paz y la seguridad para todos; hemos elegido, en vez de esto, el exceso de trabajo para unos y la inanición para otros. Hasta aquí, hemos sido tan activos como lo éramos antes de que hubiese máquinas; en esto, hemos sido unos necios, pero no hay razón para seguir siendo necios para siempre.

Bertrand Russell, Elogio de la ociosidad